Para conocer el destino de los difuntos en el Más Allá, sus opiniones, sus pronósticos, y sus anhelos en relación a los vivos, los mayas desarrollaron la técnica de la nigromancia.
Los reyes mayas creían que se comunicaban con sus ancestros al mirarse en la superficie pulida de los espejos mágicos de obsidiana, consumiendo drogas alucinógenas, ingresando en las cuevas o en los templos-montaña.
En la lengua maya, “profecía” y “ley” se escriben con la misma palabra, mostrando la concepción regular y circular que tenían del transcurso del tiempo.
Al igual que los aztecas, los mayas pensaban que las profecías se cumplían. Por lo tanto, todo intento de eludir su suerte estaba destinado al fracaso. Al respecto, el libro sagrado del Chilam Balam reza: “Estas cosas se cumplirán. Nadie podrá detenerlas”.
Aunque seguramente se tratase de un relato de las invasiones toltecas, la tradición considera que Ah Xupan Nauat, un profeta maya del siglo XI, habría anticipado la llegada de los españoles al Yucatán, hecho histórico que aconteció quinientos años después.
Formuladas de manera retrospectiva, los mayas hacían todo lo posible para cumplirlas. El que conocía la profecía era considerado el favorito de los dioses, el amo de la interpretación, el dueño absoluto del poder.
Al constatar esa idea, el filósofo, lingüista e historiador Tzvetan Todorov explicó que la vida social de los mayas se caracterizaba por la absoluta regularidad: “la palabra clave de la sociedad mesoamericana es orden”, escribió Todorov.
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