Las visiones históricas tradicionales idealizaron los aspectos espirituales y científicos de la sociedad maya, suponiendo erróneamente que no se trataba de un pueblo de guerreros, a diferencia de otras culturas mesoamericanas, sino de una civilización extremadamente pacífica.
En la cúspide de la sociedad, los reyes divinos, y los miembros de la nobleza eran grandes guerreros y estrategas, los “jefes violentadores”, conforme a la expresión de un drama maya del siglo XII.
A través del aparato militar, las castas superiores imponían la dominación de los vasallos, considerados como hombres inferiores, y de los esclavos, quienes estaban ubicados en el escalón más bajo de la pirámide social.
Desde el Período Preclásico, Tikal y Calakmul entre otras ciudades-estado, arrastraron a sus poblaciones a la destrucción.
Durante el Postclásico, la militarización creciente de la ciudad fortaleció el poder de los nacom. Estos señores de la guerra pudieron destronar con mayor facilidad a los príncipes y nobles, aprovechando los graves enfrentamientos motivados por venganzas entre los distintos clanes familiares.
Paralelamente a las iniciativas bélicas, los mayas desarrollaron el arte de la política y la diplomacia. Los enfrentamientos entre las ciudades también supieron de alianzas y acuerdos, selladas a través de embajadores y pomposas visitas a los vecinos.
Los máximos jefes militares afrontaban la conducción de la guerra por tres años con absoluta responsabilidad, respetando las normas que les prohibían tener relaciones sexuales, consumir alcohol, y alimentarse con carne durante dicho período.
Como en cualquier aspecto de la vida maya, la religión y los ritos eran omnipresentes en la realización de la guerra. Las contiendas se iniciaban con grandes desfiles, portando estandartes sagrados al son de los tambores, las flautas y las caracolas. Durante el curso de la batalla los guerreros ejecutaban actos de magia y hechicería para convertirse en águilas y jaguares.
No obstante, el uso de la sorpresa era decisivo para la toma de prisioneros. La pintura corporal, el aspecto del cabello, y los alaridos buscaban infundir terror entre los enemigos. Los combatientes se armaban con corazas acolchadas de algodón, lanzas de pedernal, hachas y mazas. Utilizaban catapultas para arrojar nidos de avispa sobre las posiciones enemigas.
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————
—————